Costumbres
De la misma manera que un niño de dos años fallecería si se le obligara a comer un cocido madrileño con todo su compango, si a un joven de veinte años se le implantaran de repente los dolores y achaques a los que ya está acostumbrado un anciano, moriría de inmediato por un shock.
Pasa lo mismo con las mentiras. Se nos habitúa progresivamente a lo largo de la vida. Por eso no estamos todos locos de remate y vamos aguantando con cierta tolerancia la existencia, porque si desde la transparencia de una inteligencia nueva, sin entrenamiento, nos embutieran de repente todas las mentiras que somos capaces de soportar a lo largo del día, ya sean políticas, religiosas, artísticas, futbolísticas u otras, no podríamos soportarlo. Algunas personas no lo consiguen. Es por eso que el suicidio es la primera causa de muerte en España por encima del cáncer y los accidentes de tráfico.
Pero existen culpables que cometen estos homicidios de manera encubierta y que campan a sus anchas. Se les permite engañar, falsificar, traicionar... como si fuera lo más normal del mundo. A esos malvados a los que sostiene una justicia que ellos mismos diseñan para sus fechorías, yo les maldigo con toda mi alma.